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Los celtas no construyeron templos hasta la romanización. Los druidas, sacerdotes de esta cultura, consagraban para el culto elementos de la naturaleza, especialmente árboles centenarios, bosques, cuevas o manantiales. El culto se basaba en la interrelación del shi, o elemento divino, con el mundo humano. El shi era fiel reflejo de este mundo, pero mejorado y mucho más agradable. Entre las plantas, eran consideradas sagradas el roble, el tejo, la encina, el avellano y el muérdago, además de todos los árboles que daban nombre a las letras del alfabeto ogham, que también es llamado el «alfabeto del bosque». De los manantiales, los restos arqueológicos indican que los que brotaban en el interior de las cuevas o que parecían surgir «de la nada» (las bocas exteriores de ríos subterráneos, por ejemplo) gozaban de una especial reverencia, y en ellos se celebraban los ritos más solemnes.
Animales sagrados o de especial significado para el mundo céltico eran el ciervo, símbolo del bosque; el oso, que representaba la fuerza, el poder y la realeza; el jabalí, que suele aparecer asociado a los guerreros y el combate; y el salmón, que representaba el tiempo y la sabiduría que conlleva; en las leyendas fianna se cuenta que el animal más viejo de Irlanda es un salmón que, cocinado, dará a quien lo coma el conocimiento de todas las cosas pasadas y futuras.
Asimismo, los celtas también tenían en gran estima la palabra; es el caso de las geise (tabú que de no ser respetado acarreaba terribles consecuencias).
El año celta, basado en meses lunares (de los cuales, la primera quincena era de buen augurio y la segunda, funesta), se dividía a su vez en dos grandes períodos que se iniciaban con dos festividades principales: Beltine (en mayo), la fiesta de los fuegos, de Belenos y propicia para la guerra, la caza, el matrimonio y el ganado; y la noche de Samhain (origen del actual Halloween y Noche de Difuntos), que marcaba el fin del verano y estaba consagrada a Cernunnos, dios cazador de los bosques, que también era el dios de la muerte y señor del otro mundo. Habitualmente se le considera emparentado con el griego Caronte y el etrusco Charun. A su vez, estas estaciones se dividían en dos períodos iguales, marcados por dos fiestas intermedias: la de la cosecha (Lughnasadh, en verano), consagrada a Lugh, y el Imbolc (primavera), la fiesta de la fertilidad, dedicada a Brigid.
Fuente: La Religión de los Celtas
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